Utilizar trabajos,
obras, palabras, o hasta ideas de otra persona como si fueran propias, sin
darle crédito a su creador, es plagio; un atentado a los derechos de autor.
A
lo largo de la historia, se han dado a conocer diversos casos en los que
profesionales de la información, inclusive de la más alta distinción, han
cometido este agravio, echando por los suelos aquel prestigio que habían alcanzado
tras largos años de trabajo y correcto proceder. Penosos ejemplos como el de Jayson
Blair, exmiembro de The New York Times,
quien combinó plagio con falsedades en 70 de sus notas; Marie-Louise Gumuchian,
exeditora de CNN, a quien se le hallaron 50 artículos plagiados; o del
caricaturista David Simpson, al cual se le comprobó que copiaba varias de sus
viñetas.¹
Bien se dice que “no hay almohada más
cómoda que una conciencia tranquila”, pero la reincidencia de esta gente hace
dudar de ese dicho popular. ¿Con qué descaro pueden salir alguien a la
calle adjudicándose obras que no son suyas? ¿Qué niveles de cinismo manejan
estos individuos al momento de recibir elogios por algo que no es fruto de su
ingenio y creatividad? ¿Con qué desfachatez aseguran ser dueño de piezas
concebidas por alguien que sí tiene talento? ¿Cuál es el valor moral de esas
personas?
Debemos
tener siempre presente que cometer un plagio te deja una mancha indeleble; no
sólo te cierra puertas laborales o profesionales, el hedor de este ruin recurso
afecta tu credibilidad y confianza ante todas las personas que te rodean, ya
sea en ámbitos personales, familiares o sociales.
FUENTES:
1.
HERNÁNDEZ, Olvera, Katheryn. Diez casos
de plagios periodísticos que no debes olvidar. http://www.clasesdeperiodismo.com/2016/01/27/diez-casos-de-plagios-periodisticos-que-no-debes-olvidar/
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